Enric González escribe sobre la situación del Magreb y tras indicar que las revoluciones se hacen por ideas y sentimientos, dice que “la de ahora se alza como emblema la dignidad humana”. Recuerda que los manifestantes de los países en revuelta “pedían cosas como libertad, democracia y justicia”, y que los tópicos fallan uno a uno. “...la gran revolución por la dignidad árabe no ha hecho más que empezar...”.
Efectivamente, las movilizaciones por la justicia y la dignidad muestran el camino y señalan que el manejo que se hace del significado de futuro es un concepto del siglo XIX. El presente es una trenza indisoluble hecha por nuevas maneras de entender la acción política y por el uso de nuevos códigos de interrelación.
La política proyecta desde hace tiempo una imagen desalentadora: autocomplaciente, desmemoriada, paquidérmica, rutinaria y deshumanizada. Un reflejo del momento histórico, político y económico que vivimos, en el que prima, además, la saturación mediática, la banalización y el hiperconsumismo. Las consecuencias ya las tenemos instaladas, y podrían resumirse en la descripción que utilizan algunos consultores políticos: decepción, desconfianza, desafección, desconexión y desinterés.
A las cúspides de la política caduca y analógica ni se les ocurre, - a excepción de en algún periodo electoral -, tener en cuenta a las bases sociales, (pueblo, ciudadanía, sujetos sociales, como se quiere definir con mejor precisión) que son, en definitiva, quienes están llamados a protagonizar el cambio emancipatorio hacia un futuro mejor.
Pero desde hace un tiempo se observa que la ciudadanía proclive a la dignidad, la libertad y al avance social, esta dando pruebas suficientes, en Madrid, Túnez, Londres, Wisconsin, Egipto, Roma, Palestina, Libia, Yemen, Irán o Pekín, de que ya no se conforma con el papel de receptores pasivos de consignas emitidas por líderes carismáticos, en el mejor de los casos, cuando no sencillamente por políticos de escaso nivel ético, profesionalizados groseramente hasta la saciedad y el hastío.
Es urgente que surja una nueva manera de hacer política en la que las diversas expresiones organizadas sepan escuchar, relacionarse con la sociedad y hablen los nuevos lenguajes, entendiendo estos como los imprescindibles códigos de intercomunicación.
Estas expresiones políticas deberán estar sintonizadas con nuevos conceptos como son la ética, la imaginación, la generosidad y la eficacia. Y conectadas de tal manera con la sociedad que rechazarán las maneras caducas de mando y estructura, y que no entenderán, por ejemplo, a los cuadros políticos como profesionales de los cargos públicos. Una manera de pensar y de actuar donde en vez del carisma se valorará la autenticidad, la persistencia y la confianza de sus dirigentes.
Herramientas
La acción política es, esencialmente, comunicación. El nuevo lenguaje se apoya en nuevas herramientas y estas deben estar al servicio de una estrategia política y social. De nada sirve la utilización atolondrada de microblogs, redes sociales, widgets, monitorización, SEO, agregadores, comunicación movil, etc. sino existe un plan estratégico de utilización de toda la arquitectura de participación. Lo contrario es adorno vacío y engaño, como el de los “blogs personales” de los políticos, hechos en los gabinetes de comunicación. Es seguir la máxima del impresionista francés Pierre Loti, que exclamaba lacónicamente: “Lo único urgente, la decoración”.
La política 2.0 no es solo la utilización de numerosas herramientas; es un cambio de actitud y de asumir que el control lo tendrá el ciudadano en el mismo momento en que se alfabetice digitalmente. Es necesario entender que democracia es, esencialmente, diálogo.
Un 80 por ciento de la población egipcia y un 71 de la tunecina no tiene internet y, sin embargo, el ciberactivismo de una minoria y la difusión impresionante de Al Jazeera, han jugado y juegan un importante papel en el triunfo de las revueltas. Los jóvenes del Magreb están demostrando, no solo que sirven para articular resistencias, sino el cambio radical de paradigma que supone las nuevas relaciones de la ciudadanía con los movimientos, con los partidos políticos, con el Estado y con toda la estructura de poder. Sin limitaciones ni fronteras, de manera absolutamente global.
Visto este panorama, tanto en las formas de entender el hecho político, como el cambio del lenguaje, y cuando ya sabemos que la Revolución sí será televisada, empiezan a despuntar nuevas miradas que intentan emerger sin retóricas obvias, sin que las agendas electorales conduzcan a la paranoia, sin ambiciones políticas profesionales. Tendencias que ya no hablan lenguas muertas y empiezan a entender lo que son y para qué sirven las “nuevas” herramientas de comunicación.
Hay que apoyar decididamente estas corrientes que avanzan aprendiendo a escuchar a la gente, a desarrollar un comportamiento comunitario creativo y a explorar nuevos lenguajes. Opciones políticas necesarias y urgentes, a las que se les reclama que además de programas, ofrezcan (comuniquen) valores.