Internet ofrece un nuevo modelo de comunicación horizontal -no jerárquica y descentralizada, en el que es tan fácil ser emisor como receptor. Las posibilidades que puede ofrecer una tecnología así para que un partido hable con sus militantes es enorme. De hecho, es suficientemente potente como para plantearnos dejar de lado la palabra “militante” y abrir una categoría más amplia, la de ciberactivista. Un ciudadano o ciudadana interesado en participar activamente en política y que sabe que las nuevas tecnologías digitales le ofrecen diversas herramientas para conseguirlo. Este ciudadano tiene su propia visión de la política, y aunque se sienta de izquierdas, tiene una visión lo suficientemente personal como para no casarse con ningún partido político en particular.
En esta línea empiezan a haber algunos avances en relación al tema, pero muchas veces las aplicaciones se quedan en la superficie. Tenemos la campaña de Llamazares en SecondLife y este último año hemos visto como la mayoría de los partidos y unos cuantos ayuntamientos se han lanzado de cabeza a YouTube para colgar vídeos, en algunos casos creando canales propios.
Desgraciadamente queda mucho camino por hacer, y este tipo de aplicaciones no son las más significativas. Por un lado, ninguna organización política ha creado un video equivalente al “Yes We Can” de Obama, ni a nivel de respuesta, ni de calidad de proyecto. El video de Will.i.am tenía -en el momento de escribir este texto- más de 9 millones de visitas. Uno de los videos de promoción del candidato republicano John McCain (”Raining McCain“, una versión del clásico disco “It’s raining men”) está cerca de los dos millones de visitas.
Por otro lado, subir videos en Internet es una de las actividades comunicativas menos 2.0 que se puede hacer en política. Superficialmente cambia el medio de distribución pero las maneras siguen siendo las mismas: un canal unidireccional de comunicación al que uno básicamente solo puede asentir o disentir, pero que no potencia la réplica y la discusión. Lo mismo sucede con la gira virtual de Izquierda Unida: es el clásico mitin electoral en un nuevo medio.
Mencionemos también el hecho de que en la campaña política americana desarrollada penor YouTube conviven los ejercicios técnicamente perfectos de videoclips como el “Yes we can” con literalmente miles de videos creados por aficionados de tipo jocoso, provocativo, etc. que convierten el ejercicio en algo mucho más participativo, cosa que no sucede en nuestro país.
En esta línea empiezan a haber algunos avances en relación al tema, pero muchas veces las aplicaciones se quedan en la superficie. Tenemos la campaña de Llamazares en SecondLife y este último año hemos visto como la mayoría de los partidos y unos cuantos ayuntamientos se han lanzado de cabeza a YouTube para colgar vídeos, en algunos casos creando canales propios.
Desgraciadamente queda mucho camino por hacer, y este tipo de aplicaciones no son las más significativas. Por un lado, ninguna organización política ha creado un video equivalente al “Yes We Can” de Obama, ni a nivel de respuesta, ni de calidad de proyecto. El video de Will.i.am tenía -en el momento de escribir este texto- más de 9 millones de visitas. Uno de los videos de promoción del candidato republicano John McCain (”Raining McCain“, una versión del clásico disco “It’s raining men”) está cerca de los dos millones de visitas.
Por otro lado, subir videos en Internet es una de las actividades comunicativas menos 2.0 que se puede hacer en política. Superficialmente cambia el medio de distribución pero las maneras siguen siendo las mismas: un canal unidireccional de comunicación al que uno básicamente solo puede asentir o disentir, pero que no potencia la réplica y la discusión. Lo mismo sucede con la gira virtual de Izquierda Unida: es el clásico mitin electoral en un nuevo medio.
Mencionemos también el hecho de que en la campaña política americana desarrollada penor YouTube conviven los ejercicios técnicamente perfectos de videoclips como el “Yes we can” con literalmente miles de videos creados por aficionados de tipo jocoso, provocativo, etc. que convierten el ejercicio en algo mucho más participativo, cosa que no sucede en nuestro país.
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